Que los dioses te guarden, Fabio,
de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo que el hado nos
envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente. A menudo he debido sufrirla,
como ocurre a quien, como yo, se adentra en los más remotos rincones del
Imperio e incluso allende sus fronteras en busca del saber y la certeza. Pues
es el caso que habiendo llegado a mis manos un papiro supuestamente hallado en
una tumba etrusca, aunque procedente, según afirmaba quien me lo vendió, de un
país más lejano, leí en él noticia de un arroyo cuyas aguas proporcionan la
sabiduría a quien las bebe, así como ciertos datos que me permitieron barruntar
su ubicación. De modo que emprendí viaje y hace ya dos años que ando probando
todas las aguas que encuentro sin más resultado, Fabio, que el creciente menoscabo
de mi salud, por cuanto la afección antes citada ha sido durante este periplo
mi compañera más constante y también, por Hércules, la más conspicua. Pero no
son mis infortunios lo que me propongo relatar en esta carta, sino la curiosa
situación en que ahora me hallo y la gente con la que he trabado conocimiento.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
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