Yo maldigo el río del tiempo, Peter Petterson, p. 81-82
aquel episodio del libro de
Hemingway, París era una .fiesta, en el que el propio Hemingway y su colega
Scott Fitzgerald, más establecido y mayor que él, entran en el servicio de una
cafetería en la esquina de la rue Jacob con la rue de Saint-Peres, en París,
para echarle un vistazo al tamaño del aparato de Fitzgerald. Su mujer Zelda se
había expresado con desdén diciendo que el grado de felicidad en tales asuntos
era una cuestión de longitud y que Fitzgerald, tal y como estaba montado, nunca
podría hacer feliz a una mujer;· el hombre estaba destrozado. Pero en el servicio,
Hemingway pudo constatar que todo estaba en orden, tú estás perfectamente, Scott,
le dijo, pero visto así desde arriba te vas a llevar una impresión equivocada,
mírate de perfil en un espejo, le aleccionó, y luego te vas al Louvre y miras
las estatuas que tienen allí, y verás cómo sales muy bien parado. Y no es que
fueran malos consejos, pero cuando volví
a leer aquello después de haber cumplido los treinta, esto es, ese mismo año
del que estamos hablando, 1983, en lo primero que me fijé fue en el tono
despectivo con que estaba escrito el episodio. Más de treinta años después de
París, Hemingway seguía sintiendo la necesidad de hundir a Fitzgerald, y eso
que Fitzgerald iba ya para abajo en el momento en que tuvo lugar el episodio, y
acabaría su vida casi olvidado y enfangado en el alcohol, mientras que
Hemingway iba para arriba y permanecería en la cima mucho tiempo. Aquello
evidenciaba una mezquindad que veía aparecer una y otra vez en su obra, y
sentía en especial lo dolorosa que era la escena del servicio de la rue Jacob,
como si se tratara de mí personalmente, y empecé a cavilar sobre hasta qué
punto marcaba la obra de Hemingway el hecho de que no cabía duda de que podía
ser un cabrón, y creo que habría podido llevar aquel razonamiento muy lejos, y
aportar muchos ejemplos, si en ese mismo momento
No hay comentarios:
Publicar un comentario