Cada vez que respiramos
ahuyentamos la muerte que constantemente nos acecha{ ... ] La muerte saldrá vencedora,
pues desde que nacemos se convierte en nuestro sino, aunque juega brevemente
con su presa antes de tragársela. Sin embargo, perseveramos en vivir la vida con
gran interés y mucho afán, del mismo modo que hinchamos una pompa de jabón tan
grande como nos es posible, aun a sabiendas de que reventará.
Julius conocía tan bien como
cualquiera los sermones sobre la vida y la muerte. Con los estoicos afirmaba
que «tan pronto nacemos empezamos a morir», y con Epicuro razonaba que «Si
donde yo estoy no está la muerte, y donde está la muerte no estoy yo, ¿por qué
temerla?» En su condición de médico y psiquiatra, había susurrado estas mismas
palabras de consuelo a oídos de moribundos.
Aun cuando estaba convencido de
que estas sombrías reflexiones eran de utilidad para sus pacientes, nunca pensó
que algún día pudieran tener relación con él. Es decir, hasta aquel momento
terrible que iba a cambiar su vida para siempre.
Había ocurrido cuatro semanas
atrás, durante su chequeo anual. Su internista, Herb Katz -viejo amigo y
compañero de facultad-, acababa de concluir su reconocimiento y, como siempre,
le dijo que se vistiera y pasara luego al despacho. Herb estaba sentado a su
mesa, hojeando el historial de Julius.
-En conjunto, se te ve bastante
bien para ser un viejales de sesenta y cinco años. La próstata está un poco
hinchada, pero la mía también. Hemograma, colesterol y niveles de lípidos, todo
correcto, gracias a los medicamentos y a tu dieta.
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