Crónica de los Wapshot, John Cheever, p. 336-337
Una vez lo rechacé sin pensar.
Una vez, cuando empezó a tocarme, le contesté de malos modos. Olvídate un poco
de eso, Charlie, le dije. Helen Sturmer dice que su marido solo lo hace una vez
al mes. ¿Por qué no intentas ser como él? Bueno, pues fue como el fin del
mundo. Tenía que haber visto usted cómo se le oscureció la cara. Era terrible.
Hasta la sangre de sus venas se oscureció. Nunca lo vi tan enfadado en mi vida.
Se fue de casa. Llega la hora de cenar y no ha vuelto. Me acosté esperando que
llegara, pero, cuando me desperté, la cama estaba vacía. Cuatro noches esperé a
que volviera a casa, pero no apareció. Al fin, pongo un anuncio en el
periódico. Eso era cuando vivíamos en Albany. Por favor, vuelve a casa,
Charlie. Eso es todo lo que digo. Me costó dos dólares cincuenta. Bueno, pues
puse el anuncio el viernes por la noche y el sábado por la mañana oigo su llave
en la cerradura. Sube las escaleras, todo sonrisas, con un gran ramo de rosas
en la mano y una sola idea en la cabeza. Bueno, son solo las diez de la mañana
y tengo casi toda la casa por hacer. Los platos del desayuno están en el fregadero
y la cama está sin hacer. Es muy difícil para una mujer ponerse cariñosa antes
de tener hecho su trabajo, pero, aunque todas las mesas estaban cubiertas de polvo, yo sabía cuál era mi obligación.
»Algunas veces --dijo- se me
hacía cuesta arriba. Me impedía cultivarme. Hay muchas cosas importantes que él
me impidió ver, como después de la guerra cuando el desfile pasó justo debajo
de nuestras ventanas con el mariscal Foch y todo. Yo estaba deseando ver el
desfile y no llegué a verlo. Él estaba sobre mí cuando Lindbergh voló sobre el
Atlántico y cuando ese rey inglés, como se llame, dejó la corona por amor e
hizo un discurso por la radio, no pude oír ni palabra. Pero cuando me acuerdo
de él ahora, así es como lo recuerdo, con esa cara tan triste que quería decir
que estaba cariñoso. Nunca tenía bastante y ahora, Dios le bendiga al
pobrecito, está en una fría tumba».
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