Pobrema, por ejemplo, jamás había
sido escrita ni pronunciada, no estaba en ningún libro ni en ningún periódico,
no formaba parte de ninguna canción, de ningún verso, ni de manual alguno de
instrucciones. Nadie la añadiría a la lista de la compra. Pobrema estaba excluida
del mundo de las palabras, que no toleraban su presencia. Si se acercaba a un
libro le cerraban el paso antes de que cruzara la cubierta; si a un diálogo,
era rechazada por los que participaban en él; si a un taller de etiquetas o
rótulos, terminaba en el cubo de la basura, junto a los desperdicios de la
jornada. Inhábil para pertenecer a nada o a nadie, se ocultaba durante el día y
por la noche salía a respirar, pegándose, como los insectos nocturnos, a las
ventanas en las que había luz. Si descubría a alguien escribiendo o hablando al
otro lado, in tentaba llamar discretamente su atención con la esperanza de que
solicitara sus servicios. Lejos de eso, la gente corría las cortinas o bajaba
las persianas como quien vuelve la vista frente a un espectáculo desagradable.
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