Brujería, Gonzalo Torné, p.65
Julio se había abrochado la
americana y era desconsolador cómo se le ajustaba a la cintura. Sudaba. Le
crecían pelillos en el hueco del mentón, ningún afeitado podía rasurarle. Qué
pena, qué lástima, todo sería más sencillo si Laura fuese una belleza discreta
de la que disfrutar en privado. Pero su atractivo es la bandera de los Pons,
sin ella ¿quién iba a fijarse en ti? No te creas único, he conocido a muchos
como tú. Antes de perderla la harás sentir inferior, le faltarás al respeto, la
chantajearás con vuestros hijos, le regalarás joyas y viajes para mantenerla
sujeta y desilusionada en esa órbita donde el matrimonio empieza a parecerse a
la prostitución. Te justificarás diciendo que estás obligado para evitar que
vuestro mundo colapse. ¿Qué crees que estás salvando? Una convivencia que os
sabéis de memoria, discusiones interpretadas mil veces como un hábito del
cerebro, tensiones y aburrimiento, desengaños, y la costumbre de confundir la
ilusión con la responsabilidad. ¿ Y qué vas a ofrecerle si decide irse aunque
sea por unas semanas? ¿Tu grotesca dependencia? Pobre Julio, deberías ser más
cuidadoso antes de abrir la puerta de tu casa. Te comprendo pero no te
compadezco, representas a la clase de hombre en la que siempre he evitado
convertirme: el marido domesticado.
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