Entre y pregunte sin más
Mi abuelo, al tomar el café, me
hablaba de Juárez y de Porfirio, los zuavos y los plateados. Y el mantel olía a
pólvora. Mi padre, al tomar la copa, me hablaba de Zapata y de Villa, de Soto y
Gama y los Flores Magón. Y el mantel olía a pólvora. Yo me quedo callado. ¿ De
quién podría hablar. .. ? Has recordado este poema, un poema con aires de canción,
y los tiempos en los que el mantel olía a pólvora han vuelto a ocupar tu
memoria. Y una extraña necesidad, la de venir hasta aquí, para acabar paseando
como ahora paseas, entre las cruces,
cuando la nieve vuelve a caer. Te subes el cuello del abrigo, te frotas las manos,
vuelves hacia la entrada y te detienes ante la estela bajo un tejado a dos
aguas para leer la inscripción que al entrar ignoraste. En este cementerio descansan
veintiséis soldados alemanes de la Primera Guerra Mundial y ciento cincuenta y
cuatro de la Segunda.
Pertenecían a tripulaciones de
aviones que cayeron sobre España, a submarinos y otros navíos de la armada
hundidos junto a nuestras costas. Algunos murieron en hospitales españoles a
causa de sus heridas. Sus tumbas estaban repartidas por todo el país, allí
donde el mar los arrojó a tierra, donde cayeron sus aviones o donde ellos
alcanzaron a llegar. .. Has venido a pie, desde Cuacos de Yuste, dejando un
largo rastro en la nieve. Las pisadas oscuras. Los cristales de hielo aplastados,
derritiéndose.
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