-¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump? -preguntó Eva Lindquist.
Eran las cuatro de la tarde de un
día de noviembre, el primer sábado tras las elecciones presidenciales de 2016,
y Eva estaba sentada en el porche cubierto de su casa de fines de semana en
Connecticut, en compañía de Bruce, su marido; sus invitados, Min Marable, Jake
Lovett y la pareja formada por Aaron y Rachel Weisenstein, ambos profesionales de
la edición literaria; Grady Keohane, un coreógrafo soltero que tenía una casa
en las cercanías; y la prima de Grady, Sandra Bleek, que acababa de dejar a su
marido y pasaba unos días con su primo mientras se adaptaba a su nuevo estado. No
estaba en el porche Mate Pierce -un amigo de Eva más joven que ella (treinta y
siete años)-. Estaba en la cocina, preparando una segunda tanda de scones, había
tenido que tirar la primera ya que había olvidado añadirle la levadura.
Un benévolo atardecer de otoño
iluminaba la escena, que era de bienestar y placidez: la estufa de leña caldeaba
el porche, y los invitados estaban acomodados en el sofá y los sillones de
mimbre blanco, con los cojines que Jake había tapizado
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