
El
desván de las musas dormidas. F. Argüelles, p. 18-19
En el pasillo, sobre unas
repisas, había tres candelabro de tres brazos cada uno que le había regalado a
mi padre una tía suya que vivía en la ciudad y que había sido enfermera de
guerra. Eran de bronce con las figuras de las musas griegas sosteniendo la base
de las velas. Mi padre me fue dando cuenta de aquellas diosas, hijas de Zeus,
que era el jefe de los dioses, y de Mnemosina, que era la diosa de la memoria,
y me hablaba de ellas como si las hubiera conocido en sus tiempos como alférez
en la milicia por los montes pirenaicos, y me explicaba con emoción que eran
jóvenes ociosas y de muy buen ver que no tenían la responsabilidad de los
dioses principales y que llenaban el tiempo en el Olimpo escribiendo, cantando
y enamorándose, y me comentaba cada detalle, esta que lleva la corona de laurel
se llama Calíope y se ocupa de la belleza, y esta de la trompeta y del libro
bajo el brazo es Clío, mi favorita, y es la musa de la historia, y la tercera
de este candelabro es Erató, que, como ves, lleva rosas y una cítara, que es un
instrumento musical de cuerda, como la lira, y aquella de la flauta es Euterpe
y se ocupa de la música, y la de la máscara es Melpómene, la musa de la
tragedia, y esta del vestido largo es la más espiritual de todas y se llama
Polimnia, y en este otro candelabro está Talía, parece la más joven y graciosa,
se ocupa de la comedia, y esta otra es Terpsícore, la musa de la danza y madre
de las sirenas, otro día te hablaré de las sirenas, y la última es Urania,
lleva un globo terráqueo en las manos como el que yo tengo en la escuela,
porque es profesora de físicas y astronomías. Tantas veces me lo contaba que no
tardé en memorizar sus nombres y ocupaciones.
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