En otoño, KO Knausgard, p. 115
Labios genitales es el nombre de los pliegues alargados que, partiendo de ambos lados, se encuentran encima del orificio de la uretra y la apertura de la vagina de las mujeres, cubriéndolos como una especie de cortina de piel. Hay dos pares de labios genitales, los externos y los internos. En los bebés, la piel es lisa, y la raja un poco redondeada que se abre entre las dos partes abultadas, como una especie de almohadillas, tiene una forma y un tamaño que recuerda a la rendija por la que se echan las monedas en una máquina. Cuando la niña está tumbada en el cambiador, se mete a veces la mano en la raja y aparece lo que hay más adentro, algo un poco rojizo y húmedo. El padre solo puede lavar esta parte del cuerpo de una niña los primeros años, al menos yo lo viví así; en cuanto las niñas tuvieron edad suficiente, les di una manopla enjabonada y les pedí que se lavaran ellas mismas en la bañera. Lo hice así porque durante las últimas décadas la mirada masculina ha sido puesta en entredicho, y el vago pero constante sentimiento de culpabilidad que despertaba había penetrado en la relación entre padre e hija, relación que, en cuanto a desnudez, se caracterizaba por una exagerada prudencia. Pues sí, hasta dentro de este texto ha penetrado la culpabilidad, porque, en el fondo, ¿esta comparación no equivale a convertir el órgano sexual femenino en un objeto, y no es, por tanto, en última instancia, algo misógina?
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