Emilio
Acabas de morir.
Nadie lo sabe, Emilio, pero tú
estás muerto.
No lo sabe Visitación, que andará
dormida en casa. No lo saben tus hijos, dos niños y una niña ya sin padre nuestro.
No lo sabe tu madre anciana en este silencio quebradizo que anuncia la aurora.
No lo sabe tu cuñado. Él fue quien te sumó anoche a la manifestación.
No tenías sueño y fuiste al cine.
La película era mejor que la del pobre encuadernador en paro con los cincuenta recién
cumplidos que cada día proyecta el espejo. Salías del teatro, luna nueva en el
cielo de Madrid, y esa marea humana te sorprendió. Vivas ardorosos. Vivas enardecidos.
Gargantas henchidas de fe. Entre ellas, la de tu cuñado.
Estaba en el Círculo Republicano
cuando los manifestantes irrumpieron, pidieron una bandera tricolor y la ataron
a un palo. Hamelín ya tenía flauta. Y la gente, tu cuñado también, siguió a la
flauta.
Como en toda película, se lo
advertiste: No te metas en líos y vete a dormir. Es la frase del secundario que
va a morir. Cómo pudiste no darte cuenta.
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