El desván de las musas dormidas. F. Argüelles, p. 289
Mi abuela colgaba trapos morados
sobre los cuadros. En los bares no se podía encender la televisión. Todos los
niños asistíamos a los oficios. Los oficios de Semana Santa se celebraban en el
viejo templo del pueblo que estaba más alto y era cabeza parroquial. Las niñas
esparcían flores en el pórtico cuando salía el párroco bajo el palio con su
salmodia estridente para iniciar la procesión. Las mujeres, vestidas de negro y
con mantilla en la cabeza y un cirio en las manos, entonaban canciones
histéricas. Los hombres fumaban a escondidas y agachaban la cabeza. Se agitaban
los estandartes y las cruces y la figura del Cristo, arrodilladoy con la cruz a
la espalda, oscilaba en un vaivén imposible por la diferente estatura de los
costaleros.

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