¿Qué hay de nuevo este domingo?
¿Qué hago en este coche?
Voy sin moverme. Cuando no te
mueves, a veces te vuelve la memoria.
Pero no sirve de mucho. Lo único
claro es que el conductor fuma. El vehículo está lleno de un humo espeso. Me
arden los ojos. Me estoy mareando. El señor tiene el pelo gris, motas de caspa
en los hombros. Del espejo retrovisor cuelga una cadenita de perlas con un
pequeño crucifijo.
Una cosa detrás de otra. El
chófer vino a recogerme, me abrió la puerta, y los demás se quedaron mirando
con la boca abierta, el escuálido Franz Krahler, la tonta de la señora
Einzinger y también ese otro tipo bajito que nunca me acuerdo de cómo se llama.
Porque, en realidad, en el
sanatorio Abendruh son todos los días iguales. Durante el desayuno, se oye la
radio, se sale al parque, te duele la espalda, ponen la comida, echas un
vistazo al periódico, te enfadas por algo mientras la tele está encendida;
algunos la miran, otros duermen, siempre hay alguien que tose como si estuviera
a punto de morirse. Luego enseguida se hacen las tres y media, luego sirven la
cena y luego estás en la cama sin poder dormir, yendo al baño cada media hora.
A veces hay visitas, aunque a ti nunca vienen a verte. A veces se muere alguien
y se lo llevan. Eso sí, lo rarísimo es que un coche negro con chófer venga a
recoger a uno que sigue vivo.

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