De Algún día este dolor te será útil de Peter Cameron, p. 181-182
al colegio Stuyvesant, un centro
que está muy cerca de la Zona Cero. Así pues, supongo que tu experiencia de
aquel día fue especialmente intensa.
-Sé que va a pensar de mí que soy
agresivo adrede, pero realmente detesto ese término.
-¿Qué término?
-Zona Cero.
-¿Ah, sí? ¿Por qué?
-Me parece un eufemismo, algo que
podrían decir en una película de James Bond. Y se ha convertido en un destino.
La gente dice: “Vamos a la Zona Cero” como dice: "Vamos al Rockefeller
Center” o “Vamos al estadio de los Yankees”.
-¿Cómo te gustaría referirte a
ese lugar?
-No lo sé. El solar del World
Trade Center. El sitio donde estuvo el World Trade Center. “Vamos al solar donde
estuvo el World Trade Center antes de que los terroristas estrellaran un avión
contra él y lo derrumbaran.”
-De acuerdo. Puesto que
Stuyvesant está muy cerca del solar donde estuvo el World Trade Center, imagino
que tu experiencia de ese día fue intensa.
-Creo que ese día fue intenso
para todo el mundo.
Ella sacudió la cabeza con el
semblante entristecido.
-Estoy de acuerdo contigo, pero
no me refiero a eso. Estabas al otro lado de la calle donde se encontraban las torres.
Supongo que viste cuanto sucedió. No creo que todo el mundo tuviera esa experiencia.
Era cierto que lo habíamos visto
todo desde las ventanas del aula. No le respondí enseguida.
Pensé en algo que había leído en
el periódico uno o dos meses después del 11 de septiembre de 2001. Se refería a
una mujer a la que nadie sabía desaparecida. Nadie la había echado de menos.
Nadie informó de su desaparición. Ni familiares ni amigos. Sus vecinos no se dieron
cuenta. Se trataba de una persona muy reservada y llevaba una vida tan
solitaria que su ausencia no afectó a nadie. Tan solo su manicura cayó en la
cuenta. Iba todas las semanas a arreglarse las uñas y, como no aparecía y no
era posible localizarla, la manicura avisó a la policía. Irrumpieron en su
piso. Encontraron un pájaro, un loro o algo por el estilo, muerto en su jaula, y,
naturalmente, ni rastro de ella, solo el periódico del II de septiembre todavía
abierto sobre la mesa de la cocina. Y lo había abierto más de un mes antes de
que alguien pensara en la posibilidad de su desaparición y, de no haber sido
por la manicura, nadie lo habría sabido jamás.
-Estaba pensando en la mujer que
murió el 11 de septiembre y de la que nadie supo que había desaparecido -le
dije a la doctora-. ¿Leyó la noticia?
-Creo que no.
Le conté la historia de aquella
mujer y ella me dijo que había oído hablar de varias personas así, personas que
habían muerto pero cuya desaparición nadie había notado, por lo menos de
inmediato. Me preguntó por qué creía que estaba pensando en aquella mujer. Esa
pregunta me puso muy triste. Triste y con una sensación de derrota, porque no
tenía duda de que ella sabía por qué pensaba en aquella mujer.
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