Es durante el silencio de la
noche, en ese tiempo previo al sueño en el que la más severa de las pesadillas
acude a nosotros y nos hace buscar vencidos el cálido espejismo de quien duerme
a nuestro lado, cuando el recuerdo de mi madre se hace omnipresente y golpea en
mi conciencia como un antiguo intruso que llamara a la puerta para recuperar el
sitio del que una vez fue expulsado. Ocurre pocas veces, pero en esas ocasiones
remordimientos y temores que creía dominados se apoderan de mí y no me dejan
discernir. Me encuentro de pronto oscilando entre el lamento, que es reproche hacía
ella, porque no me baste ya con su presencia para que todo a mí alrededor cobre
significado, y la pena, que es reproche
hacia mí, por no darme cuenta de que también ella fue niña y, como yo, nunca más tendrá quien
apague sus temores de fracaso y olvido.
Es la nostalgia. Es el miedo. Son los sueños. Es la soledad que
amenaza desde lo oscuro. Es no saber y querer, aun así, que lo sentido y Jo
imaginado coincidan. Es la duda. Son las preguntas sin responder. Son las ganas
de correr hasta donde me espera para decirle: Está bien, lo sé todo. En
realidad, no tengo daros mis sentimientos y simplemente no alcanzo a explicarme
cómo es posible que en momentos de desánimo todavía necesite recurrir a algo
que a lo
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