París, Marcos Giral Torrente, p.130
No afloró de pronto sino que lo
hizo en un momento en el que sus llamadas se habían hecho más urgentes, más emotivas
y más imprevisibles, si cabe, de lo acostumbrado. Valiéndome de un recurso no
muy correcto porque otorga excesiva rotundidad a una intuición que es de por sí
evanescente, diría que desde hacía algún tiempo no parecían obedecer a la
rutinaria y perentoria necesidad de saber de mí, sino que surgían de una
necesidad más egoísta, como cuando uno, porque se encuentra solo o preocupado y
llega esa noche oscura en que todas las dudas se acumulan y nos hieren y no
vemos salida a una vida que se nos antoja irrevocablemente prefigurada por nosotros
mismos, necesita el contacto de alguien querido, no tanto porque este alguien
vaya a darnos la respuesta imposible, como porque escuchar su voz, sentirlo
cerca y que nos reconozca, nos ayuda a reafirmarnos en el camino elegido, a
afianzar nuestra elección por encima de todos los errores y aciertos que ya no
alcanzamos a rectificar. De esto no me
di cuenta entonces, repito que tampoco estoy seguro de que fuera así. Es, tan
sólo, un presentimiento que me asalta retrospectivamente, la impresión
indemostrable de que mi madre se demoraba más por teléfono, de que sus llamadas
eran más desordenadas aún de lo habitual, y sobre todo el recelo, éste sí
sentido mientras sucedía aunque enseguida
rechazado y olvidado, de que no las hacía siempre para hablar conmigo, que a
veces quiso eludirme, llamar cuando pensaba que yo no estaba, encontrar sola a
mi tía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario