De París de Marcos Giralt Torrente, p. 59
Cuando una parte fundamental de
lo que nos rodea en la infancia no ha permanecido siempre inamovible, cuando no
se nos mostró desde el principio tal y como de verdad era, sino que se nos
ocultó o disfrazó hasta un momento determinado y tuvimos luego que recapitular
y aprender a considerarlo bajo una perspectiva nueva, ya nada adquiere consistencia
de certeza. La doblez, el engaño, nos vuelven desconfiados y la verdad así
revelada, lo que uno ha vivido o experimentado y lo que sólo es materia de
especulación se mezclan sin que sea fácil diferenciarlos. Las intuiciones
adquieren igual peso que las evidencias y, si hay ocasiones en las que
acertamos, hay a cambio otras muchas en las que no llegarnos a distinguir lo
realmente sabido de lo simplemente imaginado, en que vernos sombras chinescas
donde sólo hay una pared, una sombra y una palma mecida por el viento. Si además
esa realidad revelada no es corriente y comienza, por el contrario, a vivirse
como natural porque lo es para quien nos la ha revelado, para quien nos quitó
la venda, la madeja de la confusión se complica más.
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