Bartebly y compañía, Vila-Matas, p. 174
79) Mucho más oculto que Gracq o que Salinger, el neoyorquino Thomas Pynchon, escritor del que sólo se sabe que nació en Long Island en 1937, se graduó en Literatura Inglesa en la Universidad de Cornell en 1958 y trabajó como redactor para la Boeing. A partir de ahí, nada de nada. Y ni una foto o, mejor dicho, una de sus años de escuela en la que se ve a un adolescente francamente feo y que no tiene, además, por qué necesariamente ser Pynchon, sino una más que probable cortina de humo.
Cuenta José Antonio Gurpegui una
anécdota que hace años le contó su añorado amigo Peter Messent, profesor de
literatura norteamericana en la Universidad de Nottingham. Messent hizo su
tesis sobre Pynchon y, como es normal, se obsesionó por conocer al escritor que
tanto había estudiado. Tras no pocos contratiempos, consiguió una breve
entrevista en Nueva York con el deslumbrante autor de Subasta del lote 49. Los
años pasaron y cuando Messent se había convertido ya en el prestigioso profesor
Messent -autor de un gran libro sobre Herningway- fue invitado, en Los Angeles,
a una reunión de íntimos con Pynchon. Para su sorpresa, el Pynchon de Los Angeles
no era en absoluto la misma persona con la que él se había entrevistado años
antes en Nueva York, pero al igual que aquél conocía perfectamente incluso los
detalles más insignificantes de su obra. Al terminar la reunión, Messent se
atrevió a exponer la duplicidad de personajes, a lo que Pynchon, o quien fuere,
contestó sin la menor turbación:
-Entonces usted tendrá que decidir cuál es el verdadero.
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