Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA NOVELA,2


Autobiografía de papel, Félix de Azúa, p. 95

La gente de mi generación aún tuvo la suerte de aprender con maestros, a la manera de los antiguos artesanos que entraban en los talleres (pagando) para observar cómo trabajaban los expertos. Mío y de mis amigos fue Benet maestro consciente, voluntarioso y gratuito. Peor que gratuito: le desvalijábamos el bar y la cocina cada vez que nos reuníamos en su casa, en confusa mezcla de hijos, discípulos e invitados de alcurnia a veces con esposas. Ejercía de maestro con plena conciencia y gran teatralidad. Nos llamaba siempre por el apellido y nunca mostró la menor debilidad, sentimentalismo o cobardía. Destruyó una por una, con argumentos implacables y retórica ciceroniana, todas nuestras novelas, menos la primera de Marías.

Nos enseñó cosas esenciales para un novelista adolescente. No sólo con qué gesticulación se debe preparar la primera bebida de la noche, cómo se cuenta una misma historia diez o doce veces sin que parezca la misma, cuáles son los ridículos imperdonables en cualquier escritor español y quién los comete con mayor frecuencia, qué libros hay que evitar como si fueran la lepra, cuál es la carretera con menos socavones de la provincia de Madrid, cómo actúa un revisor de la Renfe al abrir el camarín a las cinco de la madrugada, cuál era el único novelista aceptable de la Francia contemporánea y por qué tampoco había que leerlo, en fin, cuestiones fundamentales, porque la enseñanza verdadera, como en los talleres medievales, no es la materia misma del arte ( eso se aprende mirando con atención una y otra vez) sino el modo de ser, la vestimenta, el trato social, la música favorita, el comportamiento, la actitud moral del artista, vaya. La enseñanza principal de un maestro ha de ser tanto moral como física, porque la relación del artista con su obra es, además de moral, una relación indudablemente física.


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