PRÓLOGO
Pese a lo que promete su título,
este libro no es una novela de secretos y espías. Es un ensayo de lectura: un
manual de instrucciones para orientarse (o extraviarse sin culpas) en una
literatura. Y, sin embargo, en el fondo de esa práctica sigilosa que llamamos
leer, ¿no hay acaso la ilusión, el vicioso designio de entablar con un libro,
una obra o un autor esa relación de aventura y suspenso -hecha de incursiones nocturnas,
cerrojos burlados y claves robadas- que conocemos de lejos bajo el nombre de
espionaje? Hace mucho que las páginas de los libros dejaron de ofrecérsenos
pegadas; anacrónicos -difícil imaginar un objeto más pasado de moda-, los cortapapeles sobreviven a duras
penas como souvenirs de comarcas turísticas fraudulentas. Pero ¿leer no es, no sigue
siendo siempre desgarrar, entrometerse, irrumpir en un orden sereno, satisfecho
de sí, devoto del silencio, las puertas entornadas y las persianas bajas? ¿ Y
no es cierto acaso que el apellido Borges, además de designar al escritor más
unánime de la historia de la literatura argentina, también identificó durante
décadas una marca de cajas de seguridad, famosa por su eficacia a la hora de
atesorar?
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