Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

Las manos manchadas de sangre


Filek, Martínez de Pisón, p. 143

Franco había anunciado que quienes no tuvieran las manos manchadas de sangre no tenían que temer represalias. Pero sus promesas de clemencia resultaron falsas. Con el fin del conflicto se desató una inmisericorde persecución del adversario político. Cerca de medio millón de republicanos vivían en condiciones deplorables en prisiones y campos de concentración. Un sistema judicial carente de las mínimas garantías condenaba a los soldados del Ejército Popular a las penas más elevadas por auxilio o adhesión a la rebelión. Quienes habían militado en organizaciones políticas o sindicales de izquierda no corrían mejor suerte. Cuando un republicano era condenado a muerte, sus familiares se apresuraban a implorar avales entre gente del bando vencedor. Si el aval procedía de una figura influyente, la pena capital solía ser conmutada por la de treinta años de reclusión. En la primerísima posguerra, más de cincuenta mil republicanos fueron fusilados, lo que da una idea del ensañamiento practicado sobre los vencidos. Además, con arreglo a una aberración jurídica que llevaba el nombre de Ley de Responsabilidades Políticas, las familias de éstos podían ser despojadas de  su patrimonio, convertido en botín de guerra para los vencedores. Hasta los moderados y los tibios corrían serios peligros en la nueva España. Sólo estaban libres de toda sospecha los que con su sacrificio o su valor habían acreditado sobradamente su adhesión a la causa: excautivos, excombatientes, quintacolumnistas, viudas y huérfanos de caídos.


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