Los íntimos, Marta Sanz, p. 160
Tenemos miedo, sobre todo, de esa
acción indescifrable a la que se alude como «escribir bien», porque esta es una
disciplina en la que es mejor no desempeñarse con virtuosismo. Así lo cuenta en
«Todo es verde», que pertenece al libro La niña del pelo raro, Foster Wallace,
un escritor que acabó ahorcándose. Igual que Gerard de Nerval.
En los días malos pienso que nos
deberíamos ahorcar todas. Ellos también, por supuesto.
En «Todo es verde» el profesor
Ambrose comenta el texto de una alumna: «El profesor Ambrose lo resumió muy
bien, aunque con bastante tacto, cuando dijo en clase que por lo general los
relatos de la señorita Eberhardt no le convencían porque siempre parecía que
estuvieran gritando: "¡Mira, mamá, sin manos!"». La escritura
literaria no es como el patinaje artístico. Con la escritura literaria hay que
fustigarse y apretarse bien el corsé, clavarse las ballenas en la chicha. Hay
que valorar el tiempo, el dinero y el esfuerzo de una clientela que no tiene ni
un minuto que perder con las masturbaciones sin manos de las escritoras que
atesoran un léxico de más de mil quinientas palabras.
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