Crónica de los Wapshot, John Cheever, p. 329-330
-Pero yo te quiero -dijo él,
esperanzado.
-Hay hombres que se traen trabajo
de la oficina a casa -dijo ella-. La mayoría de los hombres lo hacen. La
mayoría de los hombres que yo conozco. -Su voz parecía secarse mientras él la
escuchaba, perder sus notas más profundas a medida que sus sentimientos se
estrechaban-. Y la mayoría de los hombres de negocios tienen que viajar mucho·.
Pasan mucho tiempo lejos de sus mujeres. Tienen otros desahogos además del sexo. Al menos, la mayoría de los
hombres sanos. Juegan al squash.
-Yo juego al squash.
-Nunca has jugado al squash desde
que yo te conozco.
-Pues antes jugaba.
-Desde luego -dijo ella-, si es
absolutamente necesario para ti hacerme el amor, lo haremos, pero creo que
deberías comprender que no es algo tan crucial.
-Con tanto hablar has conseguido
ahorrarte un polvo -dijo él fríamente.
-Oh, qué odioso y egoísta eres
-dijo ella, sacudiendo la cabeza-. Tu manera de pensar es grosera y mezquina.
Lo único que quieres es hacerme daño.
-Lo que quería es hacerte el amor
-dijo él-. Esa idea me ha alegrado durante todo el día. Cuando te lo pido
tiernamente, te vas al tocador y te llenas la cabeza de horquillas. Yo me
sentía cariñoso -añadió con tristeza-, ahora me siento furioso y violento.
-¿Y supongo que todos tus malos
sentimientos van dirigidos contra mí? -preguntó ella-. Ya te he dicho que no puedo
ser todo lo que tú deseas. No puedo ser esposa, hija y madre, todo al mismo
tiempo. Es demasiado pedir.
-Yo no deseo que seas mi madre ni
mi hija -dijo él ásperamente-. Tengo madre y tendré hijos. No me faltarán.
Deseo que seas mi mujer, y tú te
llenas la cabeza de horquillas.
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