Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MATAR A UN NIÑO

Retratos de Will, Ann Beattie, p. 165
Will se pasó los seis primeros meses de su vida llorando; primero los cólicos, luego una reacción alérgica tras otra cuando Jody dejó de darle el pecho porque tenía los pezones agrietadísimos. Jody lo había obligado a levantarse en plena noche la mitad de las veces que tenían que calmar a Will, y él lo había arrullado, lo había engatusado con palabras que a Will no le decían nada; lo había acunado, lo había paseado. En otras ocasiones había observado, incrédulo, la garganta rosada del niño. Todavía soñaba con la boca abierta de Will, con sus ojos húmedos y jaspeados, con el  pulso que le latía en la garganta y la cara que se le volvía  morada. Fueron muchas las madrugadas en las que Wayne pensó en embutirle un pañal en la boca, obstruirle las fosas nasales, en sostenerlo boca abajo, en sofocarlo tapándole la cara con una almohada. Y nunca le hizo daño. A veces no trataba de consolarlo y se limitaba a cogerlo en brazos, pero nunca le había pegado un tirón a la pierna cuando le cambiaba los pañales ni le había dado esa leche de fórmula asquerosa sin echarse antes una gota en la muñeca para probar. Lo más terrible de los bebés es que te arrebataban la dignidad; eran exactamente iguales que los oficiales del ejército que, para que alcanzaras el éxito, re vejaban tanto que sólo podías terminar o triunfando o totalmente hundido. En todos aquellos momentos con Will, en mitad de la noche, había sentido justo lo contrario de lo que un padre entregado debería haber sentido.
Fotograma de ¿Quién puede matar a un niño?

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