Crónica de los Wapshot, John Cheever, p. 245
-No es eso -dijo Leander-. Es
otra cosa. Cuando me muera, quiero que en mi entierro lean el parlamento de
Próspero.
-¿Qué parlamento es ese?
-preguntó Honora. -Nuestros festejos acabaron ya -dijo Leander, poniéndose en
pie--. Nuestros actores, como os predije, no eran sino espectros y se han
desvanecido en el aire, en la nada --declamó, y su estilo declamatorio se
inspiraba en parte en los actores shakespearianos de su juventud, en parte en
la ampulosidad y el sonsonete de la presentación de un combate de boxeo y en
parte en el tonillo de los desaparecidos cobradores de tranvías y coches de
caballos que habían convertido en una cantinela los nombres de los lugares de
su ruta. Su voz se elevaba e ilustraba la poesía con gestos muy literales- .. .
y, al igual que el tejido sin urdimbre de esta visión, las torres coronadas de
nubes, los espléndidos palacioso, los solemnes templos, el gran orbe mismo, sí,
todo aquello que este heredó, se disolverá y, así como este inmaterial cortejo se
evaporó, no dejará el menor rastro –dejó caer las manos, bajó la voz-. Somos de
la misma sustancia de la que están hechos los sueños, y nuestra breve
existencia concluye con un sueño.
Luego se despidió y se fue.
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