Homenaje a Melville, Jean Giono, p. 12-13
El hombre tiene siempre el deseo
de algún objeto monstruoso. Y su vida sólo tiene valor si la somete por
completo a esa búsqueda. A menudo, no
necesita ni pompa ni aparato; parece estar cautamente sumido en el trabajo de
su jardín, pero interiormente hace tiempo que ha zarpado en la peligrosa
cruzada de sus sueños. Nadie sabe que ha partido: parece seguir ahí, pero se
halla lejos, vagando por mares prohibidos. Esa mirada que he descrito hace un
momento, esa que habéis visto, que manifiestamente no podía servir para nada en
este mundo, que atraviesa la materia de las cosas sin detenerse, es así porque
procedía de un vigía en alta cofa y porque estaba hecha para escrutar espacios
extraordinarios. Ése es el secreto de las vidas que a veces nos resultan
familiares, y a menudo el secreto de nuestra propia vida. Muchas veces 12 el
mundo conoce sólo el final de todo ese proceso: la espantosa blancura de un
naufragio inexplicable que de golpe hace que el cielo aparezca cuajado de
salpicaduras y de espuma. Pero en la mayoría de los casos, todo ocurre en
extensiones tan vastas, con monstruos tan enormes que no queda ningún rastro,
ni un solo superviviente, «y la gran mortaja que es el mar se pliega y se
despliega como hace cinco mil años».
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