El asombroso viaje de Pomponio Flato, Eduardo Mendoza, p. 21-22
Hasta hace unos años, las cuatro
partes de Palestina estuvieron unidas bajo un solo rey, hombre admirable y decidido
partidario de Roma, pero a su muerte estallaron conflictos sucesorios y
Augusto, para evitar enfrentamientos, dividió
el país entre los tres hijos del difunto. Al que correspondió esta parte de
Palestina se llama Antipas, pero al acceder al poder unió a su nombre el de su
ilustre padre, por lo cual se hace llamar Herodes Antipas. Es, a juicio de mi
informante, un individuo astuto, pero de carácter débil, por lo que se ve
precisado a recurrir constantemente a las autoridades romanas para hacerse respetar
por su pueblo. De este modo lo mantiene a raya, pero a costa de una
impopularidad que va en aumento a medida que pasan los años. Con el pretexto más
nimio podría producirse un levantamiento y, de hecho, raro es el mes en que no
surge un foco de rebelión, corno el que motivó la intervención de Liviano Malio
y los legionarios en cuya compañía he viajado hasta ahora. Por fortuna, estos
disturbios son aislados, efímeros y fáciles de sofocar, ya que es difícil que
los judíos se pongan de acuerdo y unan sus esfuerzos. Los partidarios más
acérrimos de la rebelión son los sacerdotes, que se dicen intérpretes de la
palabra de Dios, pero su misma condición de sacerdotes los hace de natural holgazanes,
acomodaticios y propensos a estar a bien con el poder. Aun así, caldean los
ánimos con sus discursos y de cuando en cuando prometen la venida de un enviado
de Dios que conducirá al pueblo judío a la victoria definitiva sobre sus
enemigos ancestrales. Esta profecía, común a todos los pueblos bárbaros
oprimidos, ha calado hondo en esta tierra levantisca, por lo que a menudo
aparecen impostores que se arrogan el título de Mesías, como aquí llaman al
presunto salvador de la patria. Con éstos Roma actúa de modo expeditivo.
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