Pureza, Jonathan Franzen, p. 27
Qué terriblemente fácil había
resultado transformar el uranio que brindaba la naturaleza en esferas huecas de
plutonio, rellenar esas esferas de tritio y rodearlas de explosivos y de deuterio, todo ello con un tamaño tan
minúsculo que la capacidad de incinerar a millones de personas cabía en la
parte abierta de la camioneta de Cody Flayner. Qué fácil. Muchísimo más fácil
que ganar la guerra a las drogas o acabar con la pobreza del mundo, que curar
el cáncer o arreglar Palestina. Según la teoría de Tom, si los humanos no
habíamos recibido todavía ningún mensaje de algún ser extraterrestre inteligente
era porque todas las civilizaciones, sin excepción, terminaban destruyéndose en
cuanto alcanzaban la capacidad de mandar mensajes y apenas aguantaban unas
pocas décadas en una galaxia que tenía ya millones de años; dejaban de existir
en un parpadeo tan rápido que, incluso si en la galaxia abundaban planetas
parecidos a la Tierra, la posibilidad de que una civilización durara lo
suficiente para recibir un mensaje de otra era casi nula de tan diminuta, y
todo por lo condenadamente fácil que resultaba dividir el átomo. A Leila no le
gustaba esa teoría, pero tampoco tenía una mejor. Su opinión a propósito de
cualquier escenario posible del apocalipsis se resumía en «por favor, quiero ser
la primera en morir»; sin embargo, se había obligado a leer algunas crónicas de
Hiroshima y Nagasaki, sobre lo que significaba tener la piel chamuscada por
completo y sin embargo seguir viva, tambaleándote por la calle. Si deseaba que
la historia de Amarillo fuera importante no era sólo por el bien de Pip. El
miedo que el mundo sentía ante las armas nucleares era inexplicablemente distinto
del que a ella le provocaban las discusiones y los vómitos: cuanto más tardaba
en llegar el fin del mundo entre hongos nucleares, menos miedo parecía tener la
gente. La Segunda Guerra Mundial se recordaba más por el exterminio de los
judíos, o más incluso por el bombardeo de Dresde o el sitio de Leningrado, que
por lo ocurrido en Japón en dos mañanas de agosto.
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