Pureza, Jonathan Franzen, p. 434
Confiaba en que, por alguna razón, no hubiera
visto la copia gastada de la revista Oui que yo había robado en la trastienda
de una librería de segunda mano y que tenía escondida en el armario, pero
después de cenar se presentó en mi habitación y me preguntó cómo creía yo que
se sentían las mujeres que salían en las revistas pornográficas
-No lo había pensado -contesté,
con sinceridad.
-Pues, a tu edad, sería mejor que
empezaras a pensarlo.
Ese año, todo lo que hacía mi
padre me repelía y avergonzaba Sus gafas de la serie “Mission Control”, su pelo
engominado a base de petroquímica, su postura de pistolero. Me hacía pensar en
un castor, con sus dientes protuberantes sin arreglar y su laboriosidad sin
sentido. Construir otra presa, ¿por qué? Roer troncos, ¿por qué! Nadar moviendo
las patitas delanteras con una amplia sonrisa en la cara, ¿por qué exactamente?
-El sexo es una gran bendición
-dijo, con su voz profesoral-. Pero lo que ves en una revista pomo es la
desgracia humana y la degradación. No sé de dónde has sacado esa revista, pero
por el mero hecho de tenerla has participado materialmente en la degradación de
otro ser humano. lmagínate cómo te sentirías si fuera Cynthia, o Ellen ...
-Vale, ya lo he captado.
-¿De verdad? ¿Entiendes que esas
mujeres también son hermanas de alguien? ¿Hijas de alguien?
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