Blonde: una novela sobre MM, JC Oates, p.777
Buena parte del tiempo que pasó
en el hospital estuvo callada. Yacía con los hinchados ojos entornados, como si
flotase un poco por debajo de la superficie del agua. Una misteriosa sustancia
le entraba gota a gota en las venas y por las venas le llegaba al corazón. Su respiración
era tan superficial que el Dramaturgo no estaba seguro de que respirase en
realidad, y si el Dramaturgo daba una ligera cabezada, un velo de un blanco
destellante en su cerebro, porque estaba agotado, porque no era joven, porque
estaba perdiendo los siete kilos de más que tenia desde que se había casado,
despertaba aterrorizado por la posibilidad de que su mujer hubiera dejado de
respirar. Le cogía las manos, para garantizarle la vida. Le acariciaba las
hinchadas y yertas manos. ¡Pobres manos lastimadas! Viendo con horror que
aquellas manos eran más bien pequeñas y de dedos cortos, manos vulgares, con
una franja de mugre bajo las mordisqueadas
uñas. Su pelo, su famoso pelo, oscurecido en las raíces, seco, quebradizo y
raleante. Le murmuraba con voz queda, como a una niña: “Te amo, queridisima
Norma. Te amo”, con la certeza de que ella lo oiría. Ella también lo amaba, y
lo perdonaría. Y de repente, al atardecer del tercer día, le sonrió. Le cogió las
manos y pareció revivir.
¡El genio del actor! Sacar energía
de las indescriptibles profundidades del alma. No podemos abarcarle. No es
extraño que te temamos. Estamos en una lejana orilla, alargándote las manos con
veneración .
-Volveremos a intentarlo,
¿verdad, papá? las veces que haga falta. -Quien no había abierto la boca
durante días se puso a hablar con rapidez. Estuvo enérgica e implacable. Sus
ojos de enferma brillaban. El marido no
quería que ella le viese la cara-. No nos rendiremos nunca, ¿verdad, papá?
Nunca. ¿Me lo prometes?
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