El secreto de la modelo extraviada, Eduardo Mendoza, p. 116
La amable anfitriona quiso agasajarme
con un vaso de sus reputados vinos, pero decliné el ofrecimiento, alegando que
no estaba acostumbrado a las bebidas alcohólicas y su consumo, siquiera moderado,
podía provocarme, en presencia de una mujer tan atractiva, una reacción torpe e
incontinente, como por ejemplo echarme a dormir entre regüeldos. Apreció mi
delicadeza y, sentándose a la mesa, confesó haber tenido en el pasado una mala
experiencia con un hombre bebedor, y recordó con angustia las escenas violentas
y las terribles palizas que, de resultas de la embriaguez, ella se había visto
obligada a propinarle. Por suerte, aquella dramática vivencia ya pertenecía al
pasado. Ahora, agregó dirigiéndome una sonrisa seductora, estaba libre de compromisos
y ataduras, había decidido dejar atrás el atolondramiento y el desenfreno de la
juventud y se había prometido a sí misma y a la Virgen de Valvanera, patrona de
La Rioja, asentarse junto a un hombre no necesariamente apolíneo, pero sí
dotado de virtudes cívicas y hogareñas, al que ella, a su vez, trataría a
cuerpo de rey.
En la imagen Brando y Vivian Leigh
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