Blonde: una novela sobre MM, JC Oates, p. 940-941
La puta del Presidente era una
alcohólica y una drogadicta, de manera que su muerte no sorprendería a nadie en
Hollywood y sus alrededores. Sobre su mesilla de noche había un sórdido
despliegue de frascos de pastillas, ampollas y un vaso medio lleno de un
líquido turbio. junto a la ventana vibraba y zumbaba un pequeño aparato de aire
acondicionado ineficaz para purificar el punzante hedor femenino mezclado con
polvos de talco y perfume, toallas y sábanas sucias y un penetrante olor a una
sustancia química que hacía llorar los ojos del Francotirador; dio gracias por
llevar un pasamontañas de tejido tupido, que le protegía la boca y la nariz de ese
aire enrarecido.
«El sujeto no ofrecerá
resistencia.» Las palabras de R. E, confirmadas.
La mujer estaba desnuda, cubierta
por una sábana blanca como si ya estuviese en la camilla del forense. La sábana
se adhería a su cuerpo febril, marcando el vientre, las caderas y los pechos de
una manera a la vez excitante y repugnante. Debajo de la sábana, ¡las piernas lascivamente
abiertas, con una rodilla semiflexionadal Uno de sus pechos, el izquierdo,
estaba prácticamente al descubierto. El Francotirador habría querido taparlo.
El enmarañado cabello platinado, semejante al de una muñeca y
fantasmagóricamente pálido, era casi invisible sobre la almohada. Su piel
también era fantasmagóricamente pálida. El Francotirador había visto muchas
veces a esta mujer y siempre le había sorprendido la blancura y la antinatural suavidad
de esa piel. Y lo que el mundo, con su cobarde servilismo, llamaba belleza.
También los grandes pájaros del cielo, las águilas reales y los halcones
peregrinos, eran hermosos en vuelo y sin embargo podían reducirse a simple
carne para después colgar sus cadáveres de unos postes. Ahora sabes lo que
eres. Ahora ves el poder del Francotirador. Los párpados de la mujer temblaron,
como si hubiese oído sus pensamientos, pero el Francotirador no tuvo miedo; en
semejante estado, «el sujeto, podía abrir los ojos y sin embargo no ver nada,
perdida en sus sueños y ajena a todo lo que la rodeaba. Su boca estaba flácida
como un tajo cortado en la cara, y los músculos de sus mejillas se movían
espasmódicamente, como si quisiera hablar.
De hecho, gimió en voz baja. Tembló. Tenía el brazo izquierdo sobre la frente,
enmarcando su cabeza. Exhibiendo una axila cuyos pelos rubios oscuros brillaron
a la luz de la linterna, inspirando repugnancia al Francotirador. Sacó una
jeringuilla del maletín. Un médico contratado por la Agencia la había preparado
con Nembutal líquido. Aunque el Francotirador llevaba guantes, éstos eran de
fino látex, como los que usaría un cirujano. Sin prisa alguna, el hombre dio
vueltas alrededor de la cama, calculando el mejor ángulo de ataque. Debía ser
un ataque rápido y certero tal como le habían ordenado. Lo ideal habría sido
sentarse a horcajadas sobre su objetivo, pero no podía arriesgarse a
despertarla. Finalmente, se inclinó sobre el lado izquierdo de la mujer
inconsciente y mientras ella respiraba hondo, levantando la caja torácica, le
hundió la aguja de quince centímetros en el corazón.
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