El asombroso viaje de Pomponio Flato, Eduardo Mendoza, p. 19-20
Palestina está dividida en cuatro
partes: Idumea, Judea, Samaria y Galilea. Al otro lado del río Jordán, en la parte
que limita con Siria, se encuentra la Perea, que según algunos también es parte
de Palestina. En conjunto es tierra fragosa y mezquina. No así la Galilea,
donde la Naturaleza se muestra más amable: el terreno es menos accidentado, no
escasea el agua y las montañas cierran el paso al viento abrasador que hace
estéril y triste la vecina región. Aquí crecen olivos, higueras y viñas y en
los lugares habitados se ven huertos y jardines. Entre la población predominan
los judíos, pero al ser tierra rica no faltan fenicios, árabes e incluso
griegos. Su presencia, según Apio Pulcro, hace la vida soportable, porque no hay
peor gente en el mundo que los judíos. Aunque su cultura es antigua y el país
se encuentra en medio de grandes civilizaciones, los judíos siempre han vivido de
espaldas a sus vecinos, hacia los que profesan una abierta inquina y a quienes
atacarían de inmediato si no estuvieran en franca inferioridad de condiciones.
Rudos, fieros, desconfiados, cerrados a la lógica, refractarios a cualquier
influencia, andan enzarzados en perpetua guerra, unas veces contra enemigos
externos, otras entre sí y siempre contra Roma, pues, a diferencia de las demás
provincias y reinos del Imperio, se niegan a aceptar la dominación romana y
rechazan los beneficios que ésta comporta, a saber, la paz, la prosperidad y la
justicia. Y esto no por un sentimiento indomable de independencia, como ocurre
con los bretones y otros bárbaros, sino por motivos estrictamente religiosos.
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