Blonde, una novela sobre MM, JC Oates, p. 321
Ella, su hija, nacería el día de Año Nuevo
de 1950.
En una época de explosiones radiactivas
secretas. Fuertes vientos cálidos soplaban sobre las salinas de Nevada. Sobre
los desiertos del oeste de Utah, las aves alcanzadas en pleno vuelo caían en
picado a la tierra como pájaros de dibujos animados. Antílopes, pumas, coyotes
moribundos. Los ojos de las liebres reflejaban terror. En los ranchos de Utah
que rodeaban los restringidos campos de pruebas del desierto de Great Salt Lake,
morían vacas, caballos, ovejas. Era un tiempo de «pruebas nucleares
defensivas». Un tiempo de tragedias y alerta constante. Aunque la guerra había
terminado en agosto de 1945 y ya había empezado el añio 1950, una nueva década.
También era la época de los
platillos volantes: «objetos voladores no identificados» detectados sobre todo
en el cielo del oeste de Estados Unidos. Aunque algunos verían estos artefactos
planos y veloces también en el noroeste. Millares de luces parpadeantes,
apariciones y desapariciones casi instantáneas. A cualquier hora del día o de
la noche, aunque más a menudo de la noche, uno podía divisar alguno al alzar la
vista. Los fogonazos podían cegarte y los feroces vientos calientes dejarte sin
respiración. Una atmósfera de peligro y al mismo tiempo de profunda
trascendencia. Como si el cielo se abriera y nos revelara lo que estaba detrás,
oculto hasta el momento.
En el otro extremo del mundo,
lejano como la luna, los misteriosos soviéticos hacían detonar sus bombas
nucleares. Eran demonios comunistas empeñados en la aniquilación de los
cristianos. Era imposible hacer una tregua con ellos, igual que con cualquier demonio.
Sólo era cuestión de tiempo -¿meses?, ¿semanas?, ¿días?
En la imagen Eva al desnudo (1950)
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