Las dimensiones finitas, AG Porta, p. 83-83
En Portbou nos paramos a
fotografiar un monumento dedicado a Walter Benjamin, un tipo del que yo no
sabía absolutamente nada. Salí como pude del atolladero y ella retrató tantas
veces como quiso lo que yo consideré un simulacro de monumento, que me defraudó
porque era como un enorme desagüe herrumbroso abandonado en un acantilado junto
al cementerio. A ella, sin embargo, le pareció perfecto, porque dijo que
abandonado y solo era como debió de sentirse aquel hombre antes de acabar con
su vida. Aquel fin de semana paseamos por Banyuls con viento de tramontana
primero y luego sin viento, y vimos el mar una y otra vez; de día ante las
gaviotas, que se habían apoderado de la playa, y de noche escuchando las olas
que rompían sobre la arena mientras contemplábamos las luces de las barcas de
pesca que faenaban a lo lejos. Albertine lo fotografió todo. El domingo compré Le
Monde y un par de revistas a las que echamos un vistazo mientras desayunábamos
en la terraza de una cafetería; le pedí que tradujera los titulares económicos,
cosa que nunca me atrevía a pedirle a Jacabo. En Francia padecían los mismos
problemas que en España: las pequeñas y medianas empresas afirmaban que les
costaba acceder a los créditos y la industria automovilística se preparaba para
ralentizar la producción.
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