Francamente, Frank, Richard Ford, p. 195-196
Dista mucho de estar claro el
modo en que tales acontecimientos pronostican cambios conducentes a que mi nuevo
vecino sea un sal6n de masaje vietnamita. Pero ocurre: como placas tectónicas,
cuyo movimiento no se percibe hasta que llega el más violento y entonces tu
calidad de vida desaparece en una tarde.
Vale la pena observar todas las
señales: cuántas visitas al mes hace la perrera municipal a tu calle; si la señora
de la acera de enfrente se casa con su jardinero jamaicano para conseguirle la
tarjeta de residencia; cuántas veces aparece un perro ladrando en el tejado de
la casa de aliado, como en Bangalore o Karachi; cuántos coreanos del mismo
grupo familiar compran casa en el espacio de dos años. La semana pasada salí a
echar agua a la acera para quitar la nieve fundida y evitar que el cartero, que
al parecer se llama Scott Fitzgerald, diera un resbalón y acabara
denunciándome. Y justo entre la crujiente hierba encontré la parte superior de
una dentadura postiza: tan íntima y horrorosa como una parte del cuerpo humano.
Quién sabe por qué la habrían dejado allí; para gastar una broma, por
frustración, como acto de venganza, o s6lo como señal de las cosas que están por
venir y que no pueden interpretarse en esta etapa tardía de la civilizaci6n. Mi
viejo amigo ya fallecido, Carter Knott (una víctima del Alzheimer que una noche
de invierno se fue a hacer kayak más allá del faro de Barnegat y no logró encontrar
la costa), me decía: “Los genios son los que descubren las tendencias, Frank,
quienes distinguen Ori6n mientras que los demás gilipollas sólo vemos una
aglomeración de estrellas preciosas.” Estoy seguro de que nunca tendré tiempo
ni genialidad suficientes para descubrir las tendencias que me rodean aquí y
ahora, en mi barrio.
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