Francamente, Frank, Richard Ford, p. 134-135
Ann, sin embargo, está empleando
bien su dinero, y anda por aquí tan contenta como un pez de colores. Carnage Hill
anuncia todo menos la disuasión. En el vestíbulo se exhibe su “Certificado
Platinum” de la Federación de la Sociedad de la Tercera Edad Bien Vivida, con
sede en DalLas: el centro nacional de investigación sobre el significado de la muerte.
El objetivo de Carnage Hill es poner al envejecimiento una nueva etiqueta, la
de fenómeno que debe esperarse con impaciencia. Por tanto, nadie que tRabaje
dentro lleva uniforme. Land's End suministra una ropa informal elegante, de
colores serios y suave al cacto. A nadie se le llama “empleado” ni se le trata
como a tal. En cambio, da la impresión de que hay unos amables “desconocidos”, atentos
a todo, bien vestidos, bien arreglados, que se toman interés y ofrecen ayuda a
quienquiera que la necesite. La mitad de los cuidadores son asiáticos, más
eficientes en este tipo de cosas que los anglosajones, los negros y los
habituales italianos de Jersey. Todo en el interior es sostenible, solar, verde,
gestionado por sensores, sin papel y sin intervención manual, y es caro más
allá de lo imaginable. Hay Prius de cortesía en un garaje subterráneo con
climatización geotérmica. A través de dispositivos inalámbricos se informa a
los residentes de cuándo deben tomarse la medicación. En las televisiones,
juegos de ordenador registran el nivel basal cognitivo de los residentes (si es
que recuerdan cómo se juega). Hay incluso cementerios virtuales que los invitan
a grabar vídeos de sí mismos de modo que sus seres queridos puedan ver a la da
Ola cuando aún tenía cerebro. “Envejecer es una experiencia multidisciplinar”,
informa el folleto corporativo, Muses, a los solicitantes. Carnage Hill,
siguiendo esa idea, es, pues, un “laboratorio viviente para norteamericanos canosos”.
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