El rey pálido, DF Wallace, p. 254-255
Una de
las rarezas de la memoria humana es que los recuerdos más nítidos y detallados
no suelen tratar de las cosas más significativas. No son el bosque, por decirlo
de algún modo. No es solamente que los recuerdos verdaderos sean fragmentarios;
creo que pasa también que la relevancia y el significado general son
conceptuales, mientras que los fragmentos de experiencia que se quedan
atrapados y luego con los años son más fáciles de recuperar son de naturaleza
sensorial. Vivimos dentro de cuerpos, al fin y al cabo. Ejemplos al azar de
fragmentos que recuerdo: pasillos interiores largos y sin ventanas, la quemazón
de mis brazos justo antes de que me viera obligado a dejar el equipaje un momento
en el suelo. El ruido y la cadencia particular de los tacones de la señorita
Neti-Neti cuando golpeaban el suelo, que era de linóleo marrón oscuro y olía
mucho a cera en medio de aquel aire inmóvil y emitía una serie interminable de
reflejos en forma de paréntesis relucientes allí donde un empleado de
mantenimiento había pasa do su máquina de encerar de un lado a otro del pasillo
vacío por la noche. El lugar era un
laberinto de pasillos, escaleras y salidas de incendios con letrero en clave.
Muchos de los pasillos parecían ser más curvados que rectos, algo que recuerdo
haber pensado que era una ilusión causada por la perspectiva; el exterior del
CRE no tenía nada redondeado ni radial. En resumen, el lugar era demasiado
abrumadoramente complejo y repetitivo como para describir con ningún grado de
detalle la primera vez que uno llegaba a él
(En la foto, Caaveiro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario