Las dimensiones infinitas, AG Porta, p. 47-48
Ahora, cuando hasta los
barrenderos de la calle lo sabían de sobra, el ministro de Economía reconocía
que aquélla era la mayor crisis que se había desatado desde que tenía uso de razón.
Seguramente un ministro no puede decir lo que piensa, ni puede salir en
televisión cuando los ciudadanos todavía duermen el sueño de los justos para
explicarles que la fiesta ha terminado y que va a ser mejor que ahorren para los
tiempos que se avecinan, porque entonces todo el mundo, incluyéndome a mí, se
le echaría encima. Pero yo, un rookie de
nada, ya sabía hacía tiempo que esto terminaría así......-es decir, mal-y me
reventaba que el ministro y el presidente de gobierno hubiesen estado
haciéndose el tonto de aquella manera. En la página contigua, otro presidente, el
de la patronal de las pequeñas y medianas empresas, escribía que sus asociados
se ahogaban por falta de crédito. Pensé que sería bueno que les arreglaran los
problemas porque en el fondo, aunque yo no entendiera de macroeconomía, sí
tenía claro que de otro modo pronto no tendría de qué comer. En mi cartera no
había más que un par de grandes empresas, las demás eran medianas. Es lo que
tiene ser el último de la fila de la delegación española de una multinacional
con sede en Fráncfort. Pasé las páginas y me fui a ver qué ocurría en Estados
Unidos. Allí los congresistas ponían condiciones para prestar dinero a los
bancos, exigiendo cosas tales como que se limitaran las indemnizaciones de sus
ejecutivos. De todos modos, en todas partes cuecen habas y a una corresponsal
en Nueva York recuerdo haberle leido algo así como que la Reserva Federal había
rescatado Bear Stearns por treinta mil millones de dólares y lo había regalado
a JPM Chase; que Lehman Brothers se había declarado en bancarrota y que Goldman
Sachs y Margan Stanley cambiaban de categoría para convertirse en bancos de
barrio. Eso sí, recibiendo todos los beneficios de los capitales de emergencia,
es decir, el dinero de los contribuyentes.
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