Las dimensiones finitas, AG Porta, p. 134
Ahora que la releía con
detenimiento, El guardián entre el centeno era una novela de esas que los
entendidos llaman iniciáticas, en la que su protagonista, un muchacho llamado
Holden Cauldfield al que van a expulsar del ínternado- en realidad no van a
dejar que se reincorpore a la vuelta de las vacaciones navideñas-, decide
fugarse un sábado por la noche y pasar unos días de completa libertad en Nueva
York. A partir de ese momento su vida se convierte en una improvisación
constante y en un ir y venir de un lado a otro de la ciudad, corriendo unas aventuras más bien medio intelectuales entre
hoteles de citas y clubes de jazz, cines o museos, todo esto mientras nos
cuenta de sus amigos y de su familia, hace planes de futuro y nos vamos haciendo
a la idea de su peculiar pensamiento. A mí me gustaba su manera de expresarse,
pero sobre todo me gustaban las escenas en las que aparecía su hermana Phoebe y
cuando se quejaba de su hermano mayor, D. B., un escritor que se estaba
prostituyendo en Hollywood; quizá esto último sólo me interesara porque años
antes pensé lo mismo de mi hermano el día en que entró a trabajar en el banco.
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