Poco después de las tres de la
tarde del 22 de abril de 1973, un arquitecto de treinta y cinco años llamado
Robert Maitland conducía por el carril rápido de salida del cinturón oeste de Londres.
A quinientos metros del enlace con la recién construida bifurcación de la
autopista M4 cuando el Jaguar ya había superado el límite de velocidad de cien
kilómetros por hora, el neumático delantero izquierdo reventó. Robert Maitland
creyó que la explosión de aire que rebotaba contra el parapeto de cemento le estallaba
dentro de su propio cráneo. Durante los breves segundos que precedieron al
choque, se aferró a los radios del volante, aturdido por el impacto de su
cabeza contra el borde cromado de la ventanilla. El coche dio bandazos de un lado
a otro, cruzando los carriles desiertos, y le sacudió los brazos como a una
marioneta. El neumático despedazado trazó una diagonal negra por encima de las
líneas blancas que marcaban la larga curva de la autopista. Fuera de control,
el coche atravesó una valla provisional de madera colocada en el arcén y se
precipitó por la ladera del terraplén de hierba. Veinticinco metros más
adelante, se detuvo contra el chasis oxidado de un taxi que estaba volcado.
Apenas herido por la violenta tangente que había rasguñado su vida, Robert
Maitland quedó tendido sobre el volante, con la chaqueta y los pantalones
salpicados con fragmentos de parabrisas, como un traje de luces.
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