Francamente, Frank, Richard Ford, p. 136-137
En mi opinión, ese yo representa
de forma verosímil la mitad de la venturosa unión de dos almas buenas que todo
casamiento promete sellar pero no logra realizar en la mayor parte de los
casos, como ocurrió con nosotros tanto tiempo ha. Prosigo con esto por la
posibilidad de que largos años de divorcio, más la aparición de la vejez y el
valor agregado de la enfermedad mortal, ponga al fin algo de esa ventura a nuestro
alcance. Ya veremos.
La preocupación de Ann por la
verdad esencial es, por supuesto, lo que acosa a la mayor parte de los
divorciados, en especial si el cónyuge desechado sigue vivo. El punto de vista
de Ann es fundamentalmente esencialista, según lo denominan los casuistas en el
Seminario. Hace años, cuando nuestro
hijo Ralph murió tan joven y durante una temporada yo anduve perplejo por las
cosas de la vida, la mala suerte y un desconsuelo de grado casi manicomial, con
la consecuencia de que nuestro matrimonio se precipitó por la pendiente, Ann
llegó a convencerse de que yo, en esencia, no la quería lo suficiente. De otro
modo habríamos seguido casados.
Arraigada en ese convencimiento
está la milenaria búsqueda del filósofo de lo que es real y lo que no, con el
matrimonio como un terreno de pruebas semejante a Arenas Blancas. Si Ann (éste
es mi punto de vista sobre su punto de vista) lograra hacerme reconocer que sí,
es cierto, realmente no la quería -o si la quería, en aquella época no la quise
lo suficiente-, entonces ella estaría en condiciones de una vez por todas,
antes de morirse, de saber algo verdadero, algo en lo que podría confiar
plenamente: mi perfidia. Mientras que su propia esencia es, desde luego, lo
contrario de la perfidia -bondad fundamental-, ya que está convencida de que
con toda seguridad me quería lo suficiente.
Mi opinión es que en aquellos
atroces días de hace tanto tiempo yo quería a Ann con todo el amor que cabía en
mí. Si no era suficiente, al menos reventó las costuras.
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