El rey pálido, DF Wallace, p. 477-478
Lo aprendí con solamente veintiún
o veintidós años, en el Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de
Peoría, donde me pasé dos veranos trabajando como chico del carrito. Y aquello,
de acuerdo con los tipos que me consideraron apto para hacer carrera en la
Agencia, me puso por encima de la media, el hecho de entender aquella verdad a
una edad en que la mayoría de gente solamente está empezando a sospechar los principios
básicos de la vida adulta: el hecho de que la vida no te debe nada; de que el
sufrimiento adopta muchas formas; de que nadie te cuidará jamás como lo hacía
tu madre; de que el corazón humano está chiflado.
Aprendí que el mundo de los hombres tal como
existe hoy día es una burocracia. Se trata de una verdad obvia, por supuesto,
aunque también es una verdad que causa enorme sufrimiento a quienes no la
conocen.
Pero lo que es más importante,
descubrí -de la única manera en que un hombre aprende realmente las cosas
importantes- el verdadero talento que se requiere para triunfar en una
burocracia. Me refiero a triunfar de verdad: a que te vaya bien, a marcar la
diferencia, a servir. Descubrí la clave. La clave no es la eficiencia, ni la
probidad, ni la reflexión, ni la sabiduría. No es la astucia política, el don
de gentes, el cociente intelectual puro y duro, la lealtad, la amplitud de
miras ni ninguna de esas cualidades que el mundo burocrático llama virtudes y
que busca con sus test.
La clave es cierta capacidad que
subyace a todas estas cualidades, más o menos igual que la capacidad de respirar y bombear la sangre subyace a
todos los pensamientos y acciones. La clave burocrática subyacente es la
capacidad para soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un
entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así
decirlo, sin aire.
La clave es la capacidad, ya sea
innata o condicionada, para encontrar el otro lado del trabajo de a pie, de lo
nimio, de lo que no tiene sentido, de lo repetitivo y de lo absurdamente
complejo. Para ser, en pocas palabras, inmune al aburrimiento. Y en los años
1984 y 1985 yo conocí a dos hombres que lo eran.
Es la clave de la vida moderna.
Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas
conseguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario