De No es país para viejos de Cormac McCarthy, p.9
Mandé a un chico a la cámara de
gas en Huntsville. A uno nada más. Yo lo arresté y yo testifiqué. Fui a
visitarlo dos o tres veces. Tres veces. La última fue el día de su ejecución.
No tenía por qué ir, pero fui. Naturalmente, no quería ir. Habla matado a una
chica de catorce años y os puedo asegurar que yo no sentía grandes deseos de ir
a verle y mucho menos de presenciar la ejecución, pero lo hice. La prensa decía
que fue un crimen pasional y él me aseguró que no hubo ninguna pasión. Salía
con aquella chica aunque era casi una niña. Él tenía diecinueve años. Y me
explicó que hacía mucho tiempo que tenía pensado matar a alguien. Dijo que si
le ponían en libertad lo volvería a hacer. Dijo que sabía que iría al infierno.
De sus propios labios lo oí. No sé qué
pensar de eso. LA verdad es que no. Creía que nunca conocería a una persona as{ y eso me
hizo pensar si el chico no seria una nueva clase de ser humano. Vi cómo lo
ataban a la silla y cerraban la puerta. Puede que estuviera un poco nervioso
pero nada más. Estoy convencido de que sabía que al cabo de quince minutos estaría
en el infierno. No me cabe duda. Y he pensado mucho en ello. Era de trato
fácil. Me llamaba “sheriff” . Pero yo no sabía qué decirle. ¿Qué le dices a un
hombre que reconoce no tener alma? ¿Qué sentido tiene decirle nada? Pensé mucho
en ello. Pero él no era nada comparado con lo que estaba por venir.
Dicen que los ojos son el espejo
del alma. No sé qué podían reflejar sus ojos y creo que prefiero no saberlo.
Pero hay otra manera de ver el mundo y otros ojos con los que verlo, y a eso es
a lo que voy.
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