De La parte inventada de Rodrigo Fresán, p. 60-61
Una biblioteca sin límites
precisos en la que nunca se encuentra el libro que se está buscando pero en la
que siempre se encuentra el libro que debería buscarse.
Una biblioteca que, de tanto en
tanto, deja caer el fruto maduro de un libro al suelo, como empujado por la
mano de un fantasma o de su dueño, que no es un fantasma exactamente pero ... Y
el libro se abre y allí se lee, por ejemplo, como ahora mismo, subrayado hace
años por una de esas fibras de tintas que resaltan todo con un brillo casi
lunar, algo como “No te enojes porque nuestros personajes no siempre tengan los
mismos rostros; así están siendo fieles a la vida y a la muerte”. O algo como «Está
el folklore, están los mitos, están los hechos, y están todas esas preguntas
que permanecen sin respuesta». Y, al lado de esa frase atrapada en un globo de
cómic que no conecta con ninguna boca, la irregular letra imprenta manuscrita y
pequeña pero tan leíble, tan leída. Letra de alguien que siguió escribiendo a mano
a pesar de teclados cada vez más livianos y blandos y plasmáticos. Letra más de
científico loco que de médico cuerdo añadiendo, en tinta roja junto a la cita
en negro sobre blanco, un «Y esas preguntas sin respuesta no son otra cosa que
el folklore y los mitos y los hechos de una vida privada, muy privada: PLEASE,
DO NOT DISTURB. Una biblioteca con libros cubiertos de polvo. Polvo doméstico que,
en un 90 por ciento, no es otra cosa que materia muerta desprendiéndose de seres
humanos y que, dicen, es factor clave para la buena conservación de los libros.
Así que no desempolvados del todo ni demasiado seguido y, ah, justicia poética y
justicia literaria: nosotros nos deshacemos para que los libros se mantengan
enteros y del polvo de nuestras historias venimos y al polvo sobre los libros
volvemos.
Una biblioteca a la que, de tanto
en tanto, por accidente y como después de un accidente, desorientados por el
shock del impacto, llega alguien para quien los libros y, sobre todo, la
acumulación de libros, es un incomprensible misterio. Porque para demasiadas
personas los libros se usan y se gastan y qué sentido tiene conservarlos.
Ocupan tanto lugar, hay que sostenerlos y pesan, son tan sucios y, aunque no se
diga en voz alta, los libros son demasiado baratos para ser algo bueno y
provechoso, se susurra. Y, así, una biblioteca que bien puede provocar entre
los visitantes accidentales -con una curiosa mezcla de respeto, inquietud y
desprecio, como si se refiriesen a invulnerables y abundantes cucarachas, a una
plaga o a un virus- un ¿Pero ¿has leído todos estos libros?
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