De Kassel no invita a la lógica de Enrique Vila-Matas, p.178
Había un leve obstáculo para mí en la puerta:
Un hombrecillo, un tipo de aire cazurro y edad cercana a la mía, que iba con
una gorra a cuadros y se protegía con un paraguas también a cuadros y fumaba un
montecristo, lo que me hizo pensar que quizás fuera español y, sin embargo,
resultó ser un francés que trabajaba en un despacho de la Renault y era un enamorado del arte contemporáneo. Venía del
Sanatorium cercano y, siguiendo la ruta que iban marcando las señalizaciones de
Documenta, se había plantado allí en el restaurante chino, donde al principio
no había entendido qué clase de instalación era la que le indicaban que tenía
que ver allí.
-Me han instalado a mí -le dije.
-¿Para qué? -preguntó.
-Escucho problemas.
Arqueó una ceja, como si pensara
que podía yo ser psicoanalista, o quizás tan sólo un perturbado.
Eso me asustó porque me acordé de
un dicho popular que dice que en el origen de los tiempos hubo un malentendido y
éste será nuestra perdición. Y porque recordé también que todo lo que sucedía
en el mundo lo causaban ese tipo de peligrosos equívocos. El mundo mismo se
sustentaba en un malentendido inicial, pensé. Y decidí cortar de raíz el error,
fuera el error que fuese.
-Se equivoca -dije.
-Ése es mi problema -contestó
inesperadamente-, ése es mi gran problema, me equivoco siempre, y ya no sé adónde
ir para que me ayuden a equivocarme menos.
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