¿Tú tenías idea de que ese pintor catalán, cómo se llama,
uno de los más jaleados, fue falangista de paliza y pistola? Todo el mundo lo
ignora y los que no se lo guardan, no vayamos a desprestigiar a izquierdistas
de cartel ya consagrados. Aquí la gente ha pasado de franquista a antifranquista
como por arte de magia, y la población entera tragándoselo y aplaudiendo el
número, los periodistas los primeros. No hay mucho que hacer contra eso. Mira,
yo mismo, de no ser por el Doctor Naval, que me merece todo el crédito (bueno,
y de lo que me confirmaron luego en mi propia familia), supongo que yo mismo
consideraría a Van Vechten un ejemplo de generosidad, reconciliación y decencia
en épocas difíciles. Sonriente y campechano, además, cuando visitaba el Ruber.
También a mí me daba palmadas, pese a no ser nadie. Sí, los dos atendieron a las familias de quienes después
de la Guerra estaban pringados, y hasta comienzos de los sesenta, no te creas,
cuando la dictadura levantó la vara y se fue olvidando de los que ya había
hundido. Lo que sólo saben sus beneficiados es por qué y a qué precio. Y claro,
parte del precio era que éste no trascendiera jamás, que sólo quedara lo de
puertas afuera, la buena imagen, la buena fama, aquellos médicos vencedores que
curaban a los niños a domicilio sin cobrar ni una peseta, a cambio de nada. A
los niños de los enemigos, ojo, hombres
modélicos, Arranz y Van Vechten; y habría más como ellos, me imagino, en toda
España y en muchos oficios (abogados, notarios, policías, jueces, alcaldes, y
hasta el último funcionario), cuántos no habrán sacado partido de esa situación
a lo largo de años, décadas. La mayoría sin exigir dinero, ya se les pagaba en
especie. A estos dos por lo menos. Ya les iba bien pasarse por los domicilios. Hablo
de ellos.
-¿En especie? ¿Qué especie, si esas familias tenían poco o
nada?
-Tenían pasado. Tenían secretos y tenían mujeres, Juan.
Suficiente -dijo Vidal, y al decirlo pareció envolverlo una niebla, de disgusto, de mal humor, de
resentimiento largamente postergado y que debería seguir postergando, quizá
para siempre; ahora lo exhalaba un instante, y en privado, y casi en susurros,
como las historias de la vida íntima, que son la inmensa mayoría y ya es un
logro si se murmuran: poco es lo que se hace público, poco lo que interesa,
poco lo que quiere conocer la gente, que está fijada en lo suyo, cada uno en lo
propio y lo de los demás qué importa. A veces se escucha, sí, distraídamente o
con curiosidad superficial o por deferencia, porque nunca es comparable lo
ajeno con lo que le sucede a uno. Aunque lo del otro sea desesperante, un tormento,
y lo nuestro una pasajera minucia.
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