Félix de Azúa en El estado Mental, octubre 2014
Entre los años ochenta del siglo
pasado y el comienzo del siguiente se dio en España un crecimiento acelerado,
acompañado de ambiciosas reformas democráticas, que causó una impresión
indiscutible de salida del agujero franquista. Era engañoso. Ha bastado una
crisis financiera, neutralizada en otros países con escasas pérdidas, para
desnudarnos y devolver las cosas a donde estaban antes de la muerte de Franco.
Nadie sabe cuánto se ha detraído
de las clases medias a favor de las cajas de ahorro y la administración del
Estado, pero ha sido lo suficiente como para pauperizar severamente a la
población hasta situarla, como en el franquismo, en dos grupos: aquellos que se
encuentran próximos al poder y los abandonados a su suerte. Todo este inmenso
sacrificio, además, no ha comportado ni siquiera que sus causantes hayan tenido
que pagar por ello. La mayoría de los culpables siguen gozando de sus sueldos y
privilegios en partidos, sindicatos y demás instituciones del aparato del
Estado, como si nada hubiera pasado.
Lo cual, como es de ley, sólo
facilitará que vuelva a producirse otro expolio en breve plazo. En algún caso
aislado la justicia está actuando profesionalmente, pero en la mayoría se
esfuerza por encubrir a unos y otros. No ha faltado, en la izquierda, quien ha
intentado ocultar su temeraria ineptitud echando la culpa a un fantasmal poder
financiero similar al que Podemos agita como origen de todos los males
terrestres. Es como envolverse en la bandera.
El segundo gran desastre tiene su
origen en la reforma trivializadora de la educación en España, iniciada por los
socialistas, pero secundada por la derecha con verdadero entusiasmo. Gracias a
ello han ido desapareciendo los mecanismos que permitían a los más jóvenes usar
herramientas críticas personales para defenderse de las mentiras del poder y
del contrapoder. Ahora sólo cuentan con los útiles informativos para masas, los
cuales dirigen a su inmensa clientela siempre en el sentido del menor esfuerzo
intelectual, la simplificación y el maniqueísmo. El colectivismo y el
gregarismo han ganado terreno.
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