De Al límite de Thomas Pynchon, p.345-346
-Sí, ya, se nota lo mucho que se
han agriado algunos caracteres. -Los policías de Nueva York siempre han sido
arrogantes, pero últimamente aparcan siempre en la acera, gritan a los civiles
sin motivo; cada vez que un chaval intenta saltarse un tomo, se suspende el
servicio de metro y vehículos policiales de todas las clases, de superficie y aerotransportados,
convergen en la zona y ahí se quedan. En Fairway han empezado a vender mezclas
de café con los nombres de los distritos
policiales. Las panaderías que sirven a las cafeterías han inventado un
gigantesco bollo relleno de mermelada llamado «Héroe», con la forma del
conocido sándwich del mismo nombre, para cuando aparecen los coches patrulla.
Heidi ha estado trabajando en un
artículo para el Journal of Memespace Cartography que ha titulado «Estrella
heteronormariva en alza, compañero oscuro homófobo», en el que argumenta que la
ironía, que se supone que es un rasgo básico del humor gay urbano y era muy popular
en los años noventa, se ha convertido ahora en una víctima colateral más del 11
de septiembre porque no habría impedido queocurriese la tragedia.
-Como si, no se sabe por qué, la
ironía -recapitula para Maxine-, tal como la practicaba una quinta columna de
refinados entre risitas, hubiera provocado de hecho los sucesos del 11 de
septiembre, al impedir que el país estuviera todo Jo serio que debería,
debilitando su anclaje en «la realidad». Así que todo lo que sea fruto de la
fantasía (y no me refiero al estado de delirio en el que se ha sumido el país)
también debe sufrir las consecuencias. Ahora todo debe ser literal.
-Sí, los chicos están recibiendo
ese tipo de discurso en la escuela. -La señora Cheung, una profesora de inglés
que si la Kugelblitz fuera un pueblo sería la bruja del barrio, ha anunciado
que no les pondrá más trabajos de lecturas de ficción. Otis está aterrado;
Ziggy, un poco menos. Cuando Maxine los sorprende viendo Rugrats: Aventuras en
pañales o reposiciones de La vida de Rocko, ellos gritan asustados, por
reflejo: «iNo se lo digas a la señora Cheung!”.
-¿Te has fijado -prosigue Heidi-
en cómo la programación de «realidad» ha llenado de repente todos los canales
por cable, como mierda de perro? Claro que así los productores no tienen que
pagar la escala salarial de los actores reales. Pero, espera, iaún hay más! Alguien
necesita que esta nación de mirones pasmados se crea que por fin ha espabilado,
que todos se han curtido y están a la altura de la condición humana, que se han
liberado por fin de las ficciones que los llevaban por mal camino, como si
prestar atención a vidas inventadas fuera una forma de abuso de drogas malignas
que el desmoronamiento de las torres ha curado al meterles de nuevo el miedo en
el cuerpo a todos, sin excepción. Y, a propósito, ¿qué pasa en la otra
habitación?
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