De Un forastero en Lolitalandia
de Gregor von Rezzori, p.47
Piensa sólo en la belleza de
Lolita Haze de niña -una niña traviesa, es verdad, pero todavía con la
inocencia prepubescente de una nínfula- y su metamorfosis en una torpe, vulgar
y fea Dolly Schiller cuando alcanza la edad de tener hijos. Y piensa en la
monomanía de Humbert, su existencia completamente encadenada a ella, su ceguera
frente a todo lo que pasa en el mundo que lo rodea. Y no me digas que no podría
ser la perfecta metáfora de la pasión por la erudición. Aquí añadí cierto
interrogante, ya que a excepción de Van Veen en Ada, Humbert Humbert era la
creación nabokoviana que más rasgos, comportamientos y quizá incluso
experiencias reunía del propio autor. En una ocasión, Nabokov afirmó acerca de
la pequeña nínfula: «Para Lolita utilicé el brazo de una niña pequeña que vino
a visitar a mi hijo Dimitri una vez, y la rótula de otra".
Existe otra explicación al hecho
de por qué el profesor Nabokov o sus protagonistas ignoran de un modo tan arrogante
ciertas realidades ajenas a la suya propia. Hay que tener en cuenta que durante
el año que Humbert Humbert y Lolita viajaron por todo este continente, otros
dos grandes viajeros estaban on the road, cruzando de arriba abajo la
abigarrada colcha de los Estados Unidos. En algún momento, nuestros dos
fugitivos debieron de cruzarse con Sal Paradise y Dean Moriarty o alguno de su
calaña; los rebeldes de la nueva beat generation, que embestían contra los
tabúes y tótems burgueses tal como eran, sólo que ellos eran espontáneos, pecadores deliberados contra la
convención.
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